GARCÍA
MIRANDA, CARLOS (2014). El hombre de
Pompeya. Lima, Dedo Crítico Editores. 195 pp.
CONTEXTO
A Carlos García Miranda (Lima, 1968-2012) lo conocí en el Patio de
Letras de la Facultad de Letras de la UNMSM. Ambos estudiábamos Literatura.
Éramos de diferentes promociones; sin embargo, coincidíamos en los pasadizos o
en las cafeterías que rodeaban a la Facultad. No diré que fuimos amigos, pero
lo consideraba alguien cercano.
En mis años de estudiante de la Escuela de Literatura, he conocido a
muchos jóvenes talentosos en las aulas de esta famosa escuela. Unos irradiaban
sus auras de futuros escritores con una mezcla de cierta timidez y mucho de
autosuficiencia. Otros tan geniales como los anteriores, pero, más sencillos y
amigueros. A este último grupo pertenecía Carlos. Si te cruzabas en el patio o
en la cafetería, Carlos te pasaba la voz. Compartía con uno alguna conversación
sobre alguna lectura o sobre cualquier tema. Irradiaba confianza y nunca hizo
aspaviento o alarde de que sabía más que uno.
En uno de los ciclos, me matriculé en el Taller de Narrativa que dirigía
el magnífico narrador Antonio Gálvez Ronceros, quien impartía sus enseñanzas con mano de hierro. A
este taller asistía de vez en cuando, Carlos. Me imagino que ya anteriormente
había llevado este curso. El hecho es que Carlos ya era famoso, porque había
ganado los Juegos Florales de la UNMSM el año 1992. Entonces, el maestro Gálvez
Ronceros le tenía consideración y si Carlos se hallaba en clases del taller, le
pedía opiniones. Este famoso taller tenía dos partes bien diferenciadas. En la
primera hora, el maestro desarrollaba la parte teórica sobre la narración, sus
técnicas y toda armadura que debía conocer un aspirante a narrador. Y en la
segunda parte, algún participante del taller debía presentar un relato o cuento
de su autoría. El novel narrador repartía las copias de su relato a los
asistentes. Y terminado el tiempo de lectura, empezaba la masacre crítica,
donde el abanderado era el maestro. Yo era aficionada a la poesía, pero me vi
obligado a escribir un relato. En uno de las sesiones del taller, me ofrecí
presentar un relato de mi autoría en la siguiente reunión. Entonces, Carlos,
quien se hallaba en esa clase, se alegró que me atreviera a compartir mi
relato. A la semana siguiente, presenté mi famoso relato y Carlos fue quien más
celebró. Sin embargo, mi relato fue vapuleado
por el maestro Gálvez Ronceros, quien al final dijo algo así como que mi relato
era un texto fallido. Mis otros compañeros, también, desaprobaron mi relato. Al
final, mi debut de narrador fue un fracaso. Solo Carlos me alentó, me dijo que
persistiera y nos fuimos a tomar un café.
Pasado el tiempo, Carlos ganó una plaza como profesor de la Escuela de
Literatura. Esto es, se convirtió en un joven catedrático y mayormente enseñaba
cursos de Teoría Literaria. Y es en esta faceta, que sus alumnos comenzaron a
llamarlo “Bajtín”. Parece que él
desarrollaba con pasión en sus clases las teorías de este gran teórico ruso y
de allí el apelativo. Al poco tiempo de su debut como profesor, se fue a España
a estudiar una maestría. Posteriormente, siguió un doctorado en la mítica
Universidad de Salamanca. Y
lamentablemente, cuando estaba próximo a sustentar su tesis de doctorado
sobre la obra de Felipe Guamán Poma de Ayala, Carlos falleció. Su muerte nos
conmovió a quienes lo conocimos. Y sentimos su partida porque se truncaba una
vida dedicada a la creación, a la crítica y a la amistad.
TEXTO
Un grupo de amigos y colegas han publicado esta segunda novela de Carlos. Su primera
novela Las puertas salió el 2002.
Esta novela póstuma, El hombre de Pompeya
(2014), está dividida en cuatro capítulos y un epílogo. Es una hermosa edición
que rinde tributo a su autor, joven escritor desaparecido prematuramente.
La novela desarrolla el tópico del fracaso de una vida. Es la vida
fracasada de Adrián Garcilaso. El protagonista lleva una vida intensa: es un
joven escritor, catedrático, conferencista, traficante de libros antiguos,
amante insaciable y becario en universidades españolas. La vida breve de Adrián
Garcilaso se desarrolla, en una primera parte, en el Perú; mayormente en la
caótica Lima. Esta ciudad es descrita como una metrópolis de contrastes: por un
lado, es una urbe aparentemente moderna y cosmopolita; por otro, están los
cinturones de pueblos jóvenes, míseros y fantasmales. En un segundo momento, la
vida final de Adrián se desarrolla en Europa, mayormente en las diferentes
ciudades españolas. Es un ciclo de vida de un joven que prometía un gran futuro
como hombre de letras; sin embargo, paso a paso irá conociendo la mano
monstruosa del fracaso.
El
primer fracaso que conoce es su matrimonio. Se había casado con Agnes, de quien
se separó pronto. El siguiente fracaso es su carrera como narrador, pues, este
no alza vuelo ni reconocimiento. Otro momento terrible que le sucede a Adrián
es cuando los senderistas queman su pequeño departamento donde se hallaban unas
joyas bibliográficas que le había comprado a una heredera, natural de San
Vicente de Cañete, de un noble español.
Uno de estos ejemplares coloniales demostraba que Felipe Guamán Poma de Ayala
realmente no era el autor de la Nueva
corónica del buen gobierno. Adrián pensaba que estos libros incunables los
podía vender a algún coleccionista en Europa y así ganar una buena cantidad de
euros; a la vez que pasaría a la historia por haber descubierto al verdadero
autor de la Nueva corónica. Sus
estudios en Europa tampoco lo entusiasman, es incapaz de armar un proyecto de
tesis. En fin, su vida misma es un fracaso y nuestro protagonista decide acabar
con su ella en el aeropuerto de Zurich; en esta ciudad es detenido por falta de
documentación en regla y este es el tiro de gracia que esperaba para colgarse
en uno de los baños de la oficina de deportados.
En el primer capítulo, se emplea la narración homodiegética, esto es, el
mismo Adrián Garcilaso nos relata sus vivencias. Esencialmente se desarrolla su
estadía en una ciudad norteña del Perú, a donde viajó para dictar una
conferencia. “Esta vez, como las tres últimas, fui solo. Era como en las
películas de vaqueros. Iba, dictaba la conferencia, cobraba e inmediatamente
regresaba a Lima” (pp. 7-8). Esta estadía por una par de días se alarga debido
a que los huelguistas del magisterio toman las carreteras e impiden la libre
circulación de los ómnibus interprovinciales. Entonces, Adrián se encuentra “encarcelado”
en la ciudad, sin embargo, el verdadero calvario que vive no está relacionado
con los huelguistas, sino es su vida monótona, su hastío, su falta de
motivación. Pareciera que ya nada motiva a este hombre todavía joven.
En el segundo capítulo, se emplea la narración heterodigética; donde el narrador omnisciente
nos presenta los diferentes quehaceres cotidianos de Adrián Garcilaso. Todos
los sucesos ocurren en la caótica y monstruosa urbe limeña. Ahora, es una vida
agitada, pero envuelto por una cotidiana inconformidad. Un día se reúne con un
joven miope, quien le provee de libros robados; otro día se reúne con un amigo
español, quien le compra los libros robados. En otro momento, recuerda su
fracaso matrimonial con Agnes; en otro, se encuentra con una de sus amantes.
Uno de sus compañeros de ruta es “Lucas un poeta deplorable, y él (Adrián) un
narrador frustrado. Solo eso quedó al final de casi quince años de estar
metidos en Literatura” (p. 48). Dos pasajes memorables ocurren en este capítulo:
el primero, cuando nuestro protagonista visita a su amigo Lucho, quien dirige
una librería, en este lugar desarrollan un balance crítico de algunos
ejemplares que se exhiben en las vitrinas de esta librería. Así, ambos
ningunean las obras Hombres de caminos
o Violencia de tiempo de Miguel
Gurruchaga o las obras de Alonso Quieto. Sin embargo, provoca una mayor burla “La otra puerta, de un tal García
Miramar: ¿Quién da un sol por ella ahora? Pocos (p. 65). El segundo, se da
cuando Adrián se encuentra en el café Haití con el muy conocido narrador
Oswaldo Hermosa (“viejo escritor gay”). Este Hermosa ventila su frustración
como escritor, pues no alcanzó reconocimiento internacional. En ese sentido,
despotrica contra Jaime Bayly, “un muchachito rosquetón, sin talento para la
literatura” (p. 67), quien era más famoso que él y detestaba más todavía a un
tal Mario Vargas Llosa, porque este también lo superó en fama y reconocimiento.
El tercer capítulo está narrado en segunda persona, donde un joven
obrero nos relata la sobrevivencia del Profe (Adrián Garcilaso). “Te voy a
contar cómo viven para que te des cuenta de lo que tuvo que pasar el profe. No
hay agua” (p. 118). En este capítulo se
detalla el involucramiento del profe con algunos militantes ilustrados de
Sendero Luminoso y en ese sentido, nuestro protagonista sobrevive oculto en un
pueblo joven. No es la policía quien lo persigue, sino una facción senderista.
Pues, nuestro protagonista se involucró sentimentalmente con una dirigente
senderista, Celia, que los radicales consideran traidora. Este joven mensajero
se involucra tanto con el profe, que termina conociéndolo en todos sus
quehaceres. Un pasaje divertido que nos relata este joven obrero es cuando
llevando recados del profe a sus colegas sanmarquinos, profesores de
Literatura, termina como alumno libre del Taller de Narración que se dicta en
la Decana de América. “Bueno, entonces comencé a ir a ese taller: lo dirigían
dos profes, uno de bigote, alto y blanco, y otro medio zambo, tirando para
cholo, muy grueso y con cara de enojado siempre” (p. 137). Ahora, lo más
relevante de este capítulo no es tanto el calvario del profe, oculto en un
pueblo joven. Sino, la descripción brutal de la vida de sobrevivencia que
llevan los pobladores paupérrimos de los llamados pueblos jóvenes que rodean a
la ciudad de Lima. Se revela ese contraste abismal, entre, por una parte, los
pobladores de los distritos acomodados como Lince, San Isidro, La Molina o
Miraflores; por otra parte, esos Asentamientos Humanos más allá de la Carretera
Central o pasando las lomas de La Molina.
En el cuarto capítulo, aparece nuevamente un narrador homodiegético.
Este narrador ya no es Adrián Garcilaso, sino un joven becario peruano que
viaja a España para realizar un doctorado en una universidad castellana. Allí
conoce el caso de Adrián Garcilaso, un joven becario que terminó suicidándose,
Entonces, se interesa por desentrañar al detalle los pasos de Adrián en su
estadía en España y otros países europeos. A fin de cuentas, este narrador se
constituye como un doble de Adrián, pues se erige en un detective que sigue
cada paso de Adrián, ya en sus estudios, ya en sus amoríos o en sus negocios
como traficante de libros coloniales. Un pasaje conmovedor es cuando este
narrador asiste a la presentación en Madrid “de la novela póstuma En el subterráneo (de Adrián Garcilaso),
publicada por una editorial alternativa” (p. 150). (Si Adrián Garcilaso es el alter ego de Carlos García Miranda,
entonces es conmovedor constatar esta coincidencia).
En el epílogo de esta novela, el narrador principal (Adrián Garcilaso)
se envuelve en un torrentoso monólogo que recuerda casi todos los instantes de
su vida. Es como un resumen apretado de una vida atormentada que camina al
abismo del fracaso o a las fauces de la muerte, donde en algunos pasajes solo
la literatura calmaba el dolor de vivir. “Era un reptil urbano cansado de las
luces de la ciudad, los abrazos,, el mundo en movimiento. Habría dado cualquier
cosa por quedarme como ese jugador de dados de Pompeya, ciudad sepultada por
las cenizas del monte Vesubio en el 79 d. C., que fue sorprendido por el volcán en pleno juego. Y
se quedó ahí, a mitad de la partida, petrificado para toda la eternidad” (p.
185).
En conclusión, esta novela póstuma se erige como una muestra más del
talento de Carlos García Miranda. Donde el autor hace gala de su manejo de toda la armadura diegética; así, se
combinan diferentes tipos de narradores que nos amplían la mirada de una vida
intensa como la vivida por Adrián Garcilaso. Asimismo, nos hace partícipes de
cómo paso a paso esta vida envuelto por el hastío y la inconformidad avanza
indetenible al frasco y a su doloroso final. Ahora, lo terrible es constatar
que esta obra se constituye ante nuestros ojos subjetivos en un testamento que
ya anunciaba la muerte dolorosa de Carlos García Miranda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario