domingo, 13 de julio de 2014

YO CONOCÍ A UN PREMIO NOBEL



 

Porque voy por la vida disfrazado de beligerante, puedo hablar de la soledad sin empacho e incluso con cierta agradecida y dolorosa ilusión.

Camilo José Cela

    En la pequeña, pero valiosa biblioteca de mi madrina Marcia (Ella era una directora muy querida de un colegio) encontré los veinte tomos de la enciclopedia Mi Tesoro. Por aquellas épocas, yo era un adolescente aficionado a la lectura. En las páginas de esta enciclopedia hallé las biografías de muchos genios (filósofos, matemáticos, escritores, científicos, entre otros). Sin embargo, la vida de los escritores fue lo más me deslumbraron. Así, leí las breves biografías de casi todos los grandes escritores españoles y una pequeña muestra de sus respectivas obras. De aquellas apacibles lecturas recuerdo a Garcilaso de la Vega, Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, Miguel de Unamuno, Federico García Lorca.

    En esta popular enciclopedia existía una sección dedicada a los premios nobel de diferentes especialidades. Entre ellos destacaban, a mis ojos interesados, los escritores que habían obtenido el Premio Nobel de Literatura. Recuerdo a la chilena Gabriela Mistral, al peninsular Juan Ramón Jiménez, al guatemalteco Miguel Ángel Asturias, entre otros. Entonces, supe que el Premio Nobel era el máximo galardón a nivel de premios de valor universal. A partir de la lectura de esta enciclopedia adquirí un mínimo de conocimiento sobre la literatura y sus luminosos personajes.

    Un buen día, leí maravillado en un diario dominical que un premio nobel llegaría de visita a Lima. Este nobel era Camilo José Cela, un escritor español. Ahora yo no había leído ninguna obra de este autor. Lo que me interesaba entonces era conocer a un señor que había recibido este famoso premio. Para entonces cursaba yo el quinto de secundaria. Entonces, emocionado tomé la decisión de conocer en persona a un premio nobel, pues, en mi imaginario de adolescente un nobel era una persona especial, genial, única. Tenía que aprovechar esta maravillosa ocasión, porque así nomás una persona común y corriente no tiene la oportunidad de conocer en persona a un premio nobel y no podía dejar de pasar este hecho histórico para mí.

    Ahora no era fácil este deseo, pues yo cursaba el quinto de secundaria en un hermoso y mágico pueblito, enclavado entre la cordillera oriental de los andes e inicios de la selva alta. Vivía allí con mis maravillosos abuelos. Mis padres y hermanos vivían en Lima. Entonces tenía que convencer del propósito de mi viaje a mis abuelos. Les expliqué los detalles y el motivo de mi empresa personal. Mi abuelo Juan aprobó el itinerario sin ninguna objeción. Y me ofreció, generoso como siempre, el dinero para el pasaje y la comida durante el viaje. Además,  una vez que arribara a Lima iría a la casa de mis padres, pues era mi casa también. Camilo José Cela llegaría a la capital unos dos días después de la noticia  publicada en el diario. Entonces, un día antes de que llegara a Lima me embarqué rumbo a esta ciudad. Es un viaje de más o menos 12 horas en ómnibus. Ahora el viaje era algo cotidiano para mi caso, pues me trasladaba con frecuencia a Lima. Mis padres vivían en la capital y yo con mis abuelos en provincia. Entonces podía pasar una temporada en Lima y otra en provincia. Así que el viaje en sí no fue nada especial, lo que sí era especial era el motivo. Pues era conocer a un premio nobel.




Cuando llegué a Lima y aparecí en la casa de mis padres. Ellos en lugar de alegrarse de verme, me reprocharon. Me dijeron que a qué venía en plena clases en el colegio. Les expliqué que venía enviado por el colegio para conocer a un escritor, premio nobel, y luego presentaría un informe en el colegio. Por supuesto, mi madre no me creyó. Ahora, en el recorte del periódico que llevaba conmigo, releí que el escritor Camilo José Cela visitaría una serie de lugares e instituciones en Lima durante su estadía de un día en la capital peruana. Entonces, tomé nota de su presencia en la Casona de la gloriosa Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lugar que yo conocía. Sabía que el escritor español asistiría a la Casona a las 10 de la mañana. Pues San Marcos le investiría como doctor honoris causa; además Cela iba a donar una cantidad valiosa de libros a la Biblioteca España (esta biblioteca se hallaba en la Casona). Entonces, planifiqué al detalle mi arribo a las 9 a.m. a la Casona y ubicarme en  un lugar preferencial para conocer al escritor español. Esa mañana, mi madre me sirvió un buen desayuno y me embarqué desde el distrito de Independencia rumbo a la avenida Abancay, al parque Universitario. Más o menos arribé, abrigado de emoción, a la Casona, como a las 9 a.m.

    Pensaba que yo sería uno de los primeros asistentes, pues la ceremonia de reconocimiento al nobel empezaría a las 10 a.m. Felizmente ingresé con facilidad a la Casona, pero en el interior, en el primer patio se hallaba mucha gente. Pregunté donde se presentaría el nobel. Me dijeron en el auditorio, en el siguiente patio. Me abrí paso para ganar un lugar, si fuera posible un asiento en el auditorio. Cuando llegué al segundo patio había más gente. Una buena cantidad de ellos elegantes y bastante mayores. Reconocí al poeta Washington Delgado entre ellos, pues lo había conocido leyendo una entrevista que se publicó en el diario conservador,  El Comercio.

    Cuando llegué a la puerta del auditorio observé que el interior se hallaba colmado de público. Me acerqué a la puerta, a ver si podía pasar. Los señores encargados del control de ingreso, unos tipos con ternos, me dijeron si tenía invitación. Como no los tenía me dijeron que no podía pasar. Además ya no había espacio. En efecto, la gente había llegado temprano para asistir a esta magna ceremonia. La gran mayoría de los asistentes que se hallaba en el auditorio pertenecía a la élite académica y literaria de San Marcos.

    Me aparté del gentío, preocupado. Haber venido de tan lejos para no ver al nobel me angustiaba. Era ya las 10 a.m. y el escritor todavía no llegaba, entonces me dije al menos lo veré pasar. Así que mientras esperaba el paso de Cela, busqué un asiento. En los pasadizos de la Casona no había asientos y si los había ya estaban ocupados. Además quien me podía ceder un asiento, a un escolar extraviado en una ceremonia de intelectuales. Así, triste me asomé a la puerta de la Biblioteca España que se hallaba en el primer patio de la famosa casona sanmarquina. Pues estaba abierta y se veía en su interior las clásicas mesas y sillas de biblioteca. Ingresé. Un señor bajito, de canas y de aspecto afable me contestó el saludo. Le dije que venía a conocer al premio nobel y que lamentablemente ya no había espacio en el auditorio. El señor de canas trabajaba en esta biblioteca y me dijo: “ves esos libros (en el medio del ambiente de la biblioteca se hallaba unas centenas de libros nuevos exhibiéndose en pulcras mesas). Esos libros los trajo el nobel y los va a donar a la Universidad”. Entonces, Cela al final de la ceremonia del auditorio ingresaría a este ambiente a entregar personalmente los libros a las autoridades de la universidad. Y seguramente tendría cara de angustia por conocer al nobel, que el señor me palmeó el hombre y me dijo que me sentara en una de las sillas y que no me moviera por nada del mundo. Que de todas maneras iba a conocer al nobel, pues de que sí ingresaba a este local. Así, feliz y agradecido, me ubiqué en una de las sillas pegadas a la pared.

    No sé cuánto tiempo duró la ceremonia de investidura como doctor honoris causa. Yo me hallaba envuelto por una rara emoción y un cierto desconcierto. Solo aguardaba la aparición del escritor, de una buena vez, en la puerta de la biblioteca. Hasta que por fin apareció en la puerta una pequeña comitiva encabezada por las autoridades de la universidad. Y entre ellos, resaltaba la figura de un señor mayor, en impecable terno azul marino, más o menos alto, con sus patillas largas y llenas de canas. Era Camilo José Cela. El premio nobel avanzó hacia los libros y en su paso nos saludó con sus manos grandes a los que nos encontrábamos sentados. Increíblemente me saludó con sus manos mágicas y yo le respondí el saludo.

 

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