por Fernando Carrasco Núñez
Si (como el griego afirma en el Catilo)/ el nombre es arquetipo de la cosa,/ en las letras de rosa está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra Nilo. Con estos versos del poema “El Golem”, Borges nos recuerda el valor simbólico de la palabra y añade que esta, además, es un auténtico nexo, incluso metafísico, entre el hombre y todo lo que se nombra. Edmundo de la Sota parece tomar como punto de partida esta premisa del poeta argentino para configurar un poemario donde los seres y escenarios más amados, alguna vez perdidos, son recuperados a través de la memoria y la palabra. A la manera de un aeda, juglar o haravicu quechua, De la Sota Díaz le canta y celebra a su entorno más entrañable.
Los personajes poéticos de Rapsodias bucólicas (Lima, Ediciones del Marqués, 2012) aparecen marcados por el estigma de la carencia y la orfandad. El hombre se percibe desprovisto de una parte fundamental de su ser. El hermano David, el abuelo Juan, la mujer amada (Malva Rosa, Romina) o los espacios más íntimos (Lunahuaná, San Luis de Cañete, Cerro Azul, Batán-Grande, Yauyos) se han alejado o han partido irremediablemente como si la vida consistiera en ir perdiendo con los años a los seres y cosas que más se adora. En esta línea no resulta gratuito que el poema titulado “El centauro”, el cual abre el volumen, desarrolle la idea de que el hombre es una prolongación del personaje mítico que ha perdido su parte de caballo: “y noches enteras/ te maldigo,/¡a ti, Dios de la génesis/por haberte quedado/con mi parte de caballo!” (p.15). Esta parte de caballo que ha perdido el centauro funciona como una metáfora de nuestra orfandad. Las alusiones al mundo mítico griego son recurrentes.
No obstante, ante la ausencia del ser amado el hombre no se resigna y busca recuperarlo a través de la memoria y la palabra, a través de la música y la poesía, así como hace el viejo pescador Sabino Cañas, quien canta a sus amores idos al tiempo que “toca las cuerdas/ de su espumosa memoria”. O como el ciego contador de historias que entre lágrimas rememora a su amada Malva Rosa. Pero es en el poema “Esbozo” donde la idea de la memoria y las ansias de recuperar al ser amado alcanzan mayor intensidad. El yo poético traza la imagen de la mujer amada a través de la palabra porque sabe que toda ella está en la palabra misma que la nombra. Veamos: “Esta es Romina: un azar/de trazos/seguida de borrones/más una gota de imaginación […] su imagen/-un dibujo, naturalmente-/escurriéndose de mis dedos/para posarse en esta página” (p. 33). El tema de la muerte, presente en los poemas “Historia” y “David”, le confiere mayor dramatismo al poemario. En este último poema se evoca la memoria del hermano muerto en las playas del sur, cuyo recuerdo es una grata compañía cuando se camina por los espacios compartidos en tiempos pretéritos. En el poema titulado “Historia”, el hablante lírico, a diferencia de los otros poemas del libro, no se limita a rememorar o nombrar al ser querido, sino que sale en su búsqueda y refiere la infausta y triste historia de ese viaje cotidiano por los acantilados del mar de Cañete. Hay un afán de resaltar esa orfandad y dolor que nos envuelve a quienes aún vivimos, pero ahora sin una parte medular de nuestro ser. La búsqueda incesante entre las olas ha llevado al locutor del poema a mimetizarse con el mar: “Mis ojos profundamente oceánicos,/mi larga cabellera/de olas crispadas,/mis bigotes de lobo de mar/mis brazos/de pulpo,/mi furioso corazón/con su altas y bajas/mareas (p.37).
En el poemario de Edmundo de la Sota, la naturaleza es evocada también con afecto y profunda emoción, no solo porque es el locus amoenus o lugar agradable en el que sucedieron hechos imperecederos como se relata en el poema “Mujer de barro” en el cual se recuerda a la mujer amada con quien se caminaba por los milenarios senderos, aún visibles, de los antiguos huarcos, sino, principalmente, porque así como la palabra que nos devuelve al ser querido, cada espacio que perdura entre los siglos funciona también como un nexo con nuestros antepasados y nuestra descendencia. Cada elemento de la naturaleza es un punto de encuentro con el ayer y el porvenir. Así, en el poema “Guardián de piedra” se lee: “Ay poeta, debo seguir con esta tradición familiar:/ser el guardián de una hermosa piedra/yo la cuido con esmero,/arranco los musgos/que se pegan a su piel, le hablo con paciente/ familiaridad/porque sé que conocerá a mi descendencia”(p. 59).
Finalmente, tenemos que señalar que a ese afán de rememorar personajes y escenarios de nuestro pasado familiar, que se percibe en Rapsodias bucólicas de Edmundo de la Sota, le subyace el deseo irrefrenable de volver a los años de la niñez en el espacio primigenio, nuestra Arcadia, donde no faltaba nadie y se vivía en contacto armonioso con la naturaleza. Esto denota, a su vez, una actitud de rechazo al presente en un contexto urbano signado por el caos, el narcisismo y las ambiciones hegemónicas. Entonces, el poeta, un forastero arrancado de su querencia, busca recuperar su paraíso perdido a través de la memoria, a través del trabajo artístico de la palabra que sabe acercarse con talento a la más alta poesía de nuestro tiempo.
Felicitaciones por cumplir tus sueños.....saludos
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