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José María Andrés Fernando Lezama Lima (Cuba, 1910 – 1976) fue un notable escritor barroco. Publicó Muerte de Narciso (1937), Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas (1945), La fijeza (1949), Dador (1960), Paradiso (1966) y Fragmentos a su imán (1977) (obra póstuma) y numerosos ensayos.
Su extraordinaria propuesta poética lo ha convertido con el pasar de los años en uno de los referentes de la poesía latinoamericana del siglo XX. Escribió una poesía superabundante en significados, es decir, en su poesía el tema, motivo, preocupación, esencia, leiv motiv, es la imagen en sí misma. La imagen, entonces, es mucho más que la suma de notables metáforas; la imagen es un fogonazo de la inteligencia divina que se trasmite a través de la sagrada experiencia creativa llevada a cabo por el Poeta hasta plasmarlo en la página en blanco. La poesía es la imagen primordial de la creación sagrada donde las palabras se remiten a los orígenes míticos, a los símbolos oscuros y a las asociaciones insólitas. Sin embargo, se revelan accesibles a la sensibilidad de cualquier lector que busque acercarse con avidez humana a lo más puro de la creación del ser humano.
“Narciso. Narciso. Las astas del ciervo asesinado
son peces, son llamas, son flautas, son dedos mordisqueados.
Narciso. Narciso. Los cabellos guiando florentinos reptan perfiles,
labios sus rutas, llamas tristes las olas mordiendo sus caderas.
Pez de frío verde el aire en el espejo sin estrías, racimos de palomas,
ocultas en la garganta muerta: hija de la flecha y de los cisnes.
Garza divaga, concha en la ola, nube en el desgaire,
espuma colgada de los ojos, gota marmórea y dulce plinto no ofrecido.
Chillidos frutados en la nieve, el secreto en geranio convertido.
La blancura seda es ascendiendo en labio derramada.
Abre un olvido en las islas, espadas y pestañas vienen
a entregar el sueño, a rendir espejo en litoral de tierra y roca impura…” [1].
¿Estos impresionantes versos de ‘Muerte de Narciso’ se repiten como fugaces ecos en En los extramuros del mundo? Como profundas huellas evidentemente que no; pero, en algunos pasajes podemos hallar ciertas reminiscencias voluptuosas de la poesía lezamaniana en este poemario que nos ocupa. Así tenemos estos versos verasteguianos:
“Sonja. Sonja. Metiéndome en sus piernas.
Soy la serpiente mordiendo los sesos de la muerte
y muerdes manzanas de fuego en la noche cuando nada nos salva
ni nada te salva. Porque aún
escribes con tintura de sauce sobre papiro
como cuando creciste cubierta
de arroz / de poesía
con los espasmos de Lesbos…
Sonja. Sonja. No soy otro ni nadie.
Yo soy el que no quiso ser lo que ahora o nunca
pudo dejar de haber sido un furioso lucero
trasponiendo los límites
entre la noche y la poesía” (En los extramuros del mundo. 1994: 68).
Sin embargo, entre la propuesta poética del autor de Paradiso y el primer libro verasteguiano hallamos más diferencias que semejanzas. Así, en la poesía de Lezama Lima el ritmo de metáforas e imágenes se mantiene inalterablemente envuelto con su melodía sublime y hermética. “Yo creo que la maravilla del poema es que llega a crear un cuerpo, una sustancia resistente enclavada entre una metáfora, que avanza creando infinitas conexiones, y una imagen final que asegura la pervivencia de esa sustancia, de esa poiesis”[2].
En el texto verasteguiano, sólo en algunos pasajes encontramos algunos ecos de la poiesis lezamaniana. Entonces, nos interrogamos, ¿por qué relacionamos a Lezama Lima con Verástegui? Lo consideramos a partir de los dos poemas que aparecen en este primer libro: “Primer encuentro con Lezama” y “Segundo encuentro con Lezama o pequeña introducción a en los maceteros de la suciedad”. En estos poemas, el locutor personaje dialoga con ‘Lezama’, a quien guía por las calles de la jungla limeña. Ambos, maestro y discípulo deambulan por la urbe caótica: ¿el infierno?, ¿el purgatorio?, como cómplices, viviendo sus pequeñas aventuras.
Del mismo modo, como Dante escoge a Virgilio como acompañante y guía para recorrer el infierno y el purgatorio en la Divina comedia; así Verástegui eligió a Lezama Lima. Dante escogió a Virgilio –suponemos- por su admiración al poeta latino y posiblemente por compartir con el autor de la Eneida muchos elementos del quehacer poético. Puesto “que habría sido esperable que Dante tomara como guía, en lugar de Virgilio, a Aristóteles (que era para los hombres medievales el sabio pagano por antonomasia)”[3], entre otras posibilidades.
Ahora bien, la mención de ‘Lezama’ como interlocutor de nuestro locutor personaje en los poemas mencionados, nos permite sostener que Verástegui lo eligió por compartir con el autor de Muerte de Narciso algunos o muchos elementos del quehacer poético o alguna concepción cultural, afines.
Es notorio que la poética lezamaniana no tiene mucha presencia en el discurso poético de Verástegui. Entonces, ¿qué noción los emparenta? Arriesgamos la hipótesis: Verástegui comparte con Lezama un concepto cultural. Para Lezama Lima “la poesía siempre debe estar ligada a la tradición cultural alta”[4]. Es decir, para el poeta cubano el concepto de ‘transculturación’ que desarrolló Ortiz[5] no tiene asidero en su concepción letrada de prosapia española anclada en la tradición clásica finisecular pura y elevada.
Lezama se pronuncia, entre otros puntos, contra la eclosión negrista en la poesía cubana; en esa perspectiva, “derramará sobre la isla asombrada su impresionante cascada gongorina de níveos blancores, cisnes, garzas, conchas, olas, mármoles. Cito al final, con su espejo blanco, albino, para los ausentes no mencionados cuerpos negros”[6].
Lezama está discutiendo con Alejo Carpentier (quien propone el concepto de ‘lo real maravilloso’) y principalmente con Nicolás Guillén, quien empieza a imitar la voz de los negros. “Para Lezama Lima la lengua y la cultura americana y cubana son las de la conquista”[7].
A cuento de qué argumento revelamos estas ideas de Lezama. ¿Qué relación tiene estas concepciones con el poemario verasteguiano que nos ocupa? Sostenemos que Verástegui comparte con el autor cubano la siguiente noción poética: la poesía no debe tomar como uno de sus tópicos el tema de la ‘etnicidad’. Verástegui no está interesado en utilizar el tema de la raza en su creación poética. La poesía verasteguiana canta los motivos de la deshumanización, el amor orgiástico, la unión de la alta y baja cultura, la muerte, entre otros temas que perturban a todos los seres humanos.
Resumiendo, ¿hallamos huellas profundas lezamanianas en En los extramuros del mundo? En este libro no ¿Tal vez ecos notorios? Algunas fugaces melodías sí. En todo caso, la coincidencia entre Lezama y Verástegui – reiteramos – no está dado a nivel de la elocutio ni de la dispositio; sino a nivel de la inventio. Particularmente en lo referido a los temas desarrollados en sus poemas. Así, para ambos aedos, los tópicos poéticos son concepciones universales y no particularidades que necesariamente identifiquen al creador con su origen y/o procedencia.
[1] Estos versos de “Muerte de Narciso” fueron tomados de Catelli, Nora. “La tensión del mestizaje: Lezama Lima. Sobre la teoría de la cultura en América”. En: Cuadernos Hispanoamericanos. Madrid, Nºs. 565 – 66; julio – agosto 1997; pp. 194 – 195.
[2] Afirmación de Lezama Lima a Armando Álvarez Bravo. “Órbita de Lezama Lima” En: Voces. Madrid, Nº 2; p. 20.
[3] LAGUNA MARISCAL, Gabriel. “¿De dónde procede la denominación ‘tradición clásica’?”. En: Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos. España, Nº 1, 2004; p. 91.
[4] Este concepto, Lezama Lima, lo defendió en su ensayo “La expresión americana” (1957), donde cuestiona la entelequia del concepto: la cultura mestiza. Ataca el eclecticismo sanguinoso y la inservible impureza de la expresión ‘mestiza’. Nora Catelli. Obra Cit.; pp. 189-200.
[5] CATELLI, Nora. Obra Cit.; p. 196.
[6] Ibídem, p. 194.
[7] Ibídem, p. 198.
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