miércoles, 14 de julio de 2010

EL MEJOR PARTIDO DE FÚTBOL


EL MEJOR PARTIDO DE FÚTBOL QUE VI… LO ESCUCHÉ. Yo tenía 9 años de edad. Y a esa edad lo que más me gustaba era el fútbol y, por supuesto, soñaba con ser jugador de la selección peruana de grande. Entonces, en la perspectiva de prepararme para convertirme en uno de los grandes futbolistas del Perú. Yo siempre asistía al estadio municipal para presenciar el campeonato de la liga del distrito de Independencia.

Era febrero de un verano. Se iba a disputar el encuentro entre Mauro Navarro FC (campeón de Independencia) y el campeón de Puente Piedra. Era un partido por las eliminatorias interdistritales de la Copa Perú. Asistimos en gran número a alentar al Mauro Navarro FC, equipo de nuestro barrio. El estadio El Ermitaño no tenía pasto, era de tierra afirmada. No tenía tribunas. El público solía ubicarse alrededor del campo deportivo. En todo caso, había una pequeña y única tribuna hecha de tablones que se ubicaba en lo que vendría a ser la tribuna de occidente. Era algo así como el palco principal donde se sentaban los dirigentes y las autoridades de la liga distrital y de los equipos participantes. Como yo era uno de los más pequeños hinchas, pues la mayoría eran jóvenes y adultos, busqué un lugar apropiado para presenciar el gran partido. Si me quedaba en torno al campo como la mayoría del público, no habría visto bien el partido o me habrían tapado los grandes. Ustedes saben que la gente no respeta. Cada quien se ubica sin tomar en cuenta al otro. Bueno, yo quería un buen sitio. Entonces, me las ingenié para colarme en la única tribuna, es decir, en el palco de las autoridades. Como tenía una cara angelical fácilmente pasé los controles y subí al escalón más alto de la tribuna, Mientras me ubicaba en una de las esquinas, descubrí que a un lado había una pequeña caseta de triplay. Como hacía mucho calor, me ubiqué junto a la caseta, en la parte que daba sombra.

Empezó el partido, la mayoría de las tribunas hinchaban por Mauro Navarro FC. El partido para mi gusto transcurría pausado, hasta aburrido. Ambos equipos se cuidaban. No se atrevían ir al ataque. Es decir, la escuela de Dunga ya se practicaba en este partido. Lo divertido era el contrapunto de insultos que se lanzaban los hinchas de ambos equipos. Ya iba la media hora del partido y yo estaba defraudado. Ningún gol, ningún ataque mortífero de mi equipo. En eso estaba, cuando escuché que alguien había prendido su radio portátil. Se estaba transmitiendo un partido de fútbol disputadísimo; porque el locutor relataba un encuentro muy peleado, interesante, divertido, poético, digno de una final mundial. Yo me dije, cómo no estoy en ese estadio para ver ese gran partido que están narrando. Al tiempo que escuchaba la narración, seguía mirando el partido. Cuando de pronto descubrí que no era de una radio la que salía la voz del narrador, sino de la caseta de mi lado. Allí, en la cabina de triplay don Quijote y Sancho Panza (eran un flaco alto y un bajito gordo) relataban un partido intensamente disputado… Yo me dije, no creo que estén transmitiendo este partido que transcurre aburrido. Pues no coincidía el disputadísimo partido que relataban y el soso partido que observaba. Pero, al seguirle la descripción de lo narrado coincidían increíblemente con el partido del Mauro Navarro FC y el campeón de Puente Piedra. El color de sus camisetas era de los equipos que los tenía a mi vista. Así al seguir la narración con mayor detenimiento… comprobé que sí estaban transmitiendo el partido que yo miraba. Me quedé conmovido. El partido se veía aburrido, sin emociones. Sin embargo, en la voz de don Quijote era un partidazo. Un clásico entre Barcelona y Real Madrid. Donde cada jugada se disputaba a muerte. Se sucedían ataques mortales. Un tiro libre pasaba besando el travesaño cuando realmente había pasado a 5 metros del travesaño. Es decir, en la cancha el partido era lento y desordenado. En cambio, en la narración corrían los jugadores como si fueran europeos. Entonces, me senté un poco aliviado, pues el soso partido que miraba al menos lo escuchaba intenso y muy peleado. Es así como el mejor partido adonde asistí como hincha no lo disfruté con la vista, sino oyéndolo. Esto es, el mejor partido de fútbol de mi vida no lo vi, sino lo escuché.

miércoles, 24 de febrero de 2010

EL 'ANIMISMO' EN EL INDIGENISMO VANGUARDISTA DE ANDE DE ALEJANDRO PERALTA


En estos versos: “Bajo un kolli pordiosero / ha hecho acrobacias locas con el Silvico / en el trapecio de sus nervios // Y SE HAN SAJADO LAS CARNES / Y HAN HECHO CANTAR LA HONDA // Los ojos golondrinas de la Antuca / se van / planeando / por las cabañas…”

Se describe un encuentro erótico, entre los amantes campesinos, utilizando vocablos tanto del lenguaje andino como del lenguaje vanguardista. Los términos ‘kolli’, ‘el Silvico’ o ‘la Antuca’ están asociados al habla puneño . Los vocablos ‘acrobacia’, ‘trapecio’ o ‘planeando’ son propios de la jerga vanguardista. Este encuentro erótico se desarrolla en el campo, es decir, en un espacio deducible como el Altiplánico. Pero se describe, esta intensidad del encuentro amoroso, con metáforas de cuño vanguardista: “(La Antuca) ha hecho acrobacias locas con el Silvico”.

En efecto, en el universo recreado en Ande (1926) confluyen dos campos retóricos , esto es, la cultura andina, por un lado, y la cultura vanguardista, por otro lado. Esta negociación transculturadora que Cynthia Vich halla en este poemario peraltiano es “el indigenismo vanguardista (que) se define por el gesto positivo de abrir un nuevo terreno muy inclusivo que aparece como espacio de conciliación y a la vez como una estética distintiva con respecto al indigenismo y al vanguardismo canónicos” . Entonces, nos parece pertinente sostener, siguiendo a Vich, que esta síntesis entre la tradición y la modernidad da origen a un nuevo campo retórico, el indigenismo vanguardista.

Ahora, ¿cómo confluyen en un nuevo campo retórico, lo urbano cosmopolita y lo rural indígena? Américo Mudarra dice que: “en estas dos grandes configuraciones no encontramos por el momento, conflictos u oposiciones, sino más bien convivencia, cotidianidad, pues ambos participan recíprocamente de ese espacio geográfico que el ande diseña” . Es cierto, se evidencia por el uso de los títulos de los poemas que los vocablos nombran lugares específicos del ande, esto es, el universo recreado es el Altiplano. Pero al mismo tiempo está presente la participación activa de la mirada cosmopolita vanguardista.

La pregunta es ¿cómo se constituye esta nueva cosmovisión indigenista vanguardista? Creemos nosotros que más que la metáfora en sí, el eje que integra estas dos formas de ‘ver’ el mundo, en apariencia antitéticas, es el ‘animismo’.

¿Qué es el animismo? Para precisar la definición de esta figura retórica, me basaré en el concepto de ‘campo figurativo’ desarrollado por Stéfano Arduini . Este retor y lingüista italiano define el ‘campo figurativo’ como el espacio cognitivo de organización conceptual del mundo. Entonces, “las figuras son los medios con los que ordenamos el mundo y podemos referirlo, son los medios con los que nos construimos y nos relatamos ”. En ese sentido, no debemos olvidar que los campos figurativos involucran la inventio (el referente del texto), la dispositio (la macroestructura textual) y la elocutio (la microestructura textual), en este caso de un texto poético. Por lo tanto, es evidente que el ser humano piensa con metáforas u otras figuras retóricas que reflejan las estructuras mismas de su pensamiento y de sus afectos, además que organiza y facilita su propia facultad comunicativa. Entonces, todas las posibilidades del universo figurativo se hallan agrupados en seis campos figurativos: la metáfora, la metonimia, la sinécdoque, la elipsis, la antítesis y la repetición. Y las figuras retóricas se ubican al interior de cada uno de estos campos.

En Ande es el campo figurativo de la metáfora “el eje integrador que define los términos en los que se desarrolla esta categoría estética”: el del indigenismo vanguardista. Y dentro de este campo figurativo –desde nuestro punto de vista– es el ‘animismo’ la figura retórica primordial que recrea esta nueva realidad. Ahora, Arduini denomina ‘prosopopeya’ o ‘personificación’ a lo que nosotros llamamos ‘animismo’. La prosopopeya consiste en otorgarle rasgos animados a objetos inanimados o abstractos.

Para el caso de esta lectura de Ande, preferimos el concepto de ‘animismo’. El uso de este término no lo asumimos por el prurito gusto de diferenciarnos de Arduini u otros retores, sino que nos parece un concepto propio de la cosmovisión andina. Así pues, ‘animismo’ deriva del vocablo ‘ánima’. Y ‘ánima’ en el mundo andino es el espíritu vivo de la montaña, de una piedra, del viento, del sol, de la lluvia o del rayo, entre otros ‘seres’ que pueblan el imaginario andino mítico y milenario. En ese sentido, si para la cosmovisión occidental otorgarle rasgos animados a seres u objetos inanimados o abstractos se conoce como prosopopeya; nosotros utilizaremos el término ‘animismo’ para señalar las acciones vivas que desarrollan los ‘seres’ inanimados que pueblan el imaginario andino. Además, siempre en la cosmovisión andina, todos los elementos de la naturaleza se representan llenos de vida, es decir, coactúan con el ser humano, entre iguales.

Ahora, en Ande hallamos tres variantes del ‘animismo’:

a. El animismo de los elementos de la naturaleza con toques de la dinámica vanguardista

En los versos de ‘La pastora florida’ conviven al animismo de un avión y de un lago:
Picoteando el aire caramelo
Evoluciona una escuadrilla
De aviones orfeónidas” (p. 124)

“Sale el lago a mirar las sementeras
” (p. 124)

En el primer caso, el avión, una máquina –uno de los símbolos del vanguardismo– picotea el aire, es decir, realiza el acto de probar el aire como si fuese un ave que pica un grano de maíz. En el segundo caso, el lago –símbolo del mundo altiplánico– mira los sembríos que se hallan a su alrededor, esto es, realiza una acción de vigilancia verificando que todo marche bien.

En ‘Cristales del Ande’ se dice en un verso:
“Las calles vestidas de colores corren como culebras por la aldea” (p. 126).

En este caso, el animismo nos configura la idea de las calles como espacios de circulación llenos de vida; además la comparación con la culebra lo liga a lo andino, pues ‘culebra’ es un vocablo andino, lo que ‘serpiente’ es un vocablo occidental.

En ‘Gotas de cromo’ se dice:
“Las brisas están regando el pastizal” (p. 130) y
“Hay un aserrar de espigas / y un llanto de quinuas ojerosas”(p. 130).
En el primer caso, las brisas que por su naturaleza misma humedece el pasto, aquí se enfatiza que cual ser humano riega el pastizal, es decir, es una acción más específica la que realiza. En el segundo caso, se describe una conducta humana –el llorar– de una planta identificada con el mundo altiplánico.

En ‘Chozas de medio día’ hallamos los siguientes animismos:
"Los vientos bajan a saltos de los cerros/ bajan como tropeles de vicuñas”(p. 131) y
“las chozas –frescos murales de montaña / abren sus ojos incendiados” (p. 131).
En el primer caso, el símil entre los vientos y las vicuñas sirve para señalar una conducta propia de seres vivos para configurar las acciones que desarrolla el viento. Entre ellos, se singulariza la imagen que los vientos bajan juguetones como las vicuñas. En el segundo caso, las chozas –sustantivo eminentemente andino– que en la mitología andina carece de ánima, es decir, de vida mítica, en este verso presenta una funcionalidad propia de un ser vivo, el del mirar intenso

En el doloroso poema ‘El indio Antonio’ se dice:
“mientras el granizo apedreaba la puna
y la vela de sebo
corría a gritos por el cuarto” (p. 136).
En primer momento, el verbo apedrear señala una actitud animista de agresión y en segundo momento, la perífrasis verbal precisa una acción de desesperación ante la agonía de la esposa de Antonio.

b. El sol se humaniza

Esta segunda variante del animismo hace que se sostenga con mayores evidencias que esta figura retórica es el eje integrador de lo andino con lo moderno vanguardista. En efecto, en la cosmovisión andina –mítica y milenaria–, el sol es el dios-padre. Es, pues, la divinidad suprema que creó la cultura andina. Entonces, es un ser visible sí, pero omnipotente, que va más allá de una simple vida humana. Por consiguiente, el sol es una entidad viva, que además da vida al hombre y a la naturaleza. Pero, ¿cómo se le describe en este poemario? Se le presenta totalmente desmitificado. El sol ya no es más una divinidad, más bien se comporta como una criatura con ‘vida’, pero común y silvestre. Veamos los versos:

“El sol / se ha desmenuzado como un desbande de canarios” (p. 126)
“El sol se enrosca como una serpiente / en los geranios rosas” (p. 127)
“mientras el sol desde su aeronave / arroja bombas de magnesio” (p.128)
“El sol está detrás de mis talones” (p. 129)
“El sol picapedrero rompe las moles fantasmas” (p. 131)
“Sobre una pared trunca / el sol se ha roto un ala” (p.132)
“El sol se ha pegado a mi cuerpo / como una erisipela” (p.134)
“Las 12 de la noche / el pericote de mi cuarto / ha rechinado 12 veces los dientes / y ha rodado como un sol peruano de un ángulo al otro” (p.136)

Entonces, la figura del sol tan elevado en la mirada andina ha devenido en caricatura humanizada, gracias a la mirada desmitificadora del vanguardismo cosmopolita. Incluso se ha rebajado al valor de una moneda peruana. En ese sentido, fluye el toque irónico y humorístico del vanguardismo. Así, esta suprema deidad andina deviene desde la perspectiva animista de nuevo cuño en “diferentes personajes: un ave, una erisipela, una moneda cualquiera que rueda por el cuarto” .


c. El kolli como alter ego del campesino sufriente

En el poema ‘Kolli’ se relata, en base a una suma de animismos, la vida cotidiana y dolorosa del campesino altiplánico. Veamos. En primer lugar, el kolli es un árbol identificado con la cultura andina altiplánica, en ese sentido, se autorrepresenta metafóricamente como el campesino altiplánico. En segundo lugar, el kolli lleva una vida tan sufriente:

“DETRÁS DE LOS GALPONES CENOBIARCAS
EL KOLLI ATISBA EL CIELO

Tiene curvadas las espaldas del peso de los cerros
Desde el amoratamiento de sus ojeras
Destila sobre las quemadas mejillas de la tierra
Un desvaído llanto de acuarelas” (p.140)

Entonces, a partir de los animismos que describen crudamente la cotidianidad atroz del kolli se realiza una denuncia de la expoliación que sufren los hombres del campo. En esta perspectiva, es interesante verificar en este poema el tópico de la denuncia de la explotación del hombre andino. Sin embargo, este tópico de la denuncia no se organiza desde una mirada solamente andina realista, sino está presente la mirada vanguardista con su vertiginosa reiteración de animismos que constituyen una de las características esenciales de la estética vanguardista.

En tercer lugar, es novedoso la idea que se desarrolla en Ande: la mirada vanguardista no es únicamente de perspectiva estética, sino también ideológico-político.

RESUMIENDO, hemos verificado que el animismo es uno de las figuras retóricas primordiales que permite la unión de dos formas de ‘ver’ el mundo –la andina y la cosmopolita occidental- en uno solo, el indigenismo vanguardista.


Bibliografía

- ARDUINI, Stéfano. Prolegómenos a una teoría general de las figuras. España, Universidad de Murcia, 2000.
- LAUER, Mirko. (Prologuista y compilador) 9 libros vanguardistas. Lima, Ediciones El Virrey, 2001
- MUDARRA, Américo. “Para una lectura de Ande, de Alejandro Peralta”. En: Escritura y Pensamiento. Lima, UNMSM, Año II, N° 6, 2000; pp. 105 – 117.
- PERALTA, Alejandro. Ande. En: 9 libros vanguardistas. Lima, Ediciones El Virrey, 2001; pp 121 – 140.
VICH, Cynthia. “Hacia un estudio del ‘indigenismo vanguardista’: la poesía de Alejandro Peralta y Carlos Oquendo de Amat”. En: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. Lima – Berkeley, Año, XXIV, N°. 47, 1er semestre de 1998; pp. 187 – 205.

jueves, 14 de enero de 2010


VIAJE A LAREDO, LA TIERRA DE JOSÉ WATANABE

( crónica )


“El algarrobo se inclina como una nube verde
sobre la única bodega del pueblo.
Detrás del mostrador humilde
una grácil jovencita lleva nuestra mirada
a un tiempo sin malicia”.

José Watanabe.


UN 30 DE DICIEMBRE DECIDÍ VIAJAR A TRUJILLO. Me fui al paradero Fiori (el cruce de la Panamericana Norte con la av. Tomás Valle) y busqué el boleto más barato. Encontré uno de 20 soles. Así que, contento ocupé mi asiento. Mi compañero de asiento resultó un niño que a esa hora (10 p.m.) cenaba un cuarto de pollo a la braza. Se chupaba los dedos con tanto deleite que me provocó, pero preferí olvidarme de la comida.
Murga Express avanzaba raudo por la Panamericana hasta llegar al control policial a la altura de Ancón. Entonces, subieron unos policías y nos enfocaron con sus linternas. “¿Todo en orden, señores?”, nos preguntaron. Nadie dijo nada. Queríamos que el vehículo avanzara ya. En eso, subió otro policía que parecía el sargento García de la serie el Zorro. El gordo dijo: “Señores, este carro no sigue el viaje”. Todos nos paramos a reclamarle los motivos. “Le falta un foco de señal en el faro derecho”. “La canción, ahora quién podrá salvarnos”, dijo mi compañero de asiento. Y el Chapulín Colorado apareció: era el chofer. “Señores, no se preocupen, lo solucionamos en un cinco”. El carro dio una media vuelta; regresamos a unas cuadras en la búsqueda de un mecánico. El Chapulín estacionó el ómnibus y comenzó a llamar al mecánico. Al cabo de unos minutos un somnoliento hombre se asomó por una de las ventanas, preguntó qué queríamos. Al poco rato bajó y reparó el faro derecho. Y por fin salimos rumbo a la tierra de José Watanabe. Toda la noche no dormí; contemplé, pegado los ojos a la ventana, el mar que se movía como un animal infinito, las formas femeninas del desierto, la oscuridad, el silencio, los pueblos dormidos. A las 6 a.m. del 31 de diciembre arribamos a Trujillo.

Después de recibir el Año Nuevo en las pestilentes playas de Huanchaco (este será motivo de otra crónica), a las 8 a.m. del 1 de enero me preparé para iniciar el viaje más esperado desde hace mucho tiempo: conocer la casa donde había nacido el gran poeta José Watanabe (1946-2007). Salimos hacia la av. Larco Herrera, allí tomamos una combi que nos llevó hasta el distrito de Laredo. Es un viaje de unos 20 minutos. Le supliqué al cobrador que nos dejara en la puerta del mercado principal de Laredo. Supuse que en un mercado donde confluyen personas de todas las direcciones de Laredo, alguno de ellos, me indicaría la dirección de la casa del poeta. Emocionados nos bajamos en el mercado. Era el típico mercado: inmenso y desordenado. ¡Al fin estábamos en el corazón de Laredo! Lo primero que hicimos fue ubicar la sección de juguerías. Nos tomamos un ponche especial. La señora que nos atendía nos aseguró que el jugo estaba preparado con las frutas de Laredo. El zumo estuvo delicioso. Entonces, al momento de cancelar la cuenta, como entrando en confianza, le pregunté si conocía la casa de José Watanabe. “¡Quién es ese señor! No. No lo conozco”, nos dijo, mientras nos sonreía. Salimos de la sección de las juguerías. Bueno, nos decíamos, una señora que vende jugos no tiene por qué conocer a Watanabe. Comenzamos a recorrer por distintos secciones del gran mercado de Laredo. En cada esquina, sopesando a una persona que aparentaba, según nosotros, ser un lector. Nos acercábamos cuidadosamente y le preguntábamos: “Señor, disculpe, conoce usted la casa del poeta José Watanabe?”. Y preguntamos como a 20 personas y nadie conocía al poeta. “Nunca he escuchado ese nombre”; “¡Qué, hay un poeta de Laredo!” y otras expresiones similares nos fueron lanzados como respuestas, ante nuestra desesperación. Es cierto, la gente no lee, entonces, a quién se le ocurriría interesarse por un poeta así sea su vecino. “¿Qué hacemos?”, nos preguntamos. Vamos hacia el municipio de Laredo. Allí, al menos una persona debe saber algo de Watanabe.

Tomamos un taxi que nos dejó en la puerta de la Biblioteca Municipal. Al bajarnos del auto y dirigir la mirada hacia la fachada de la biblioteca, sentimos un alegría. ¡La biblioteca se llamaba “José Watanabe Varas”. “Aquí está la respuesta”, nos dijimos. Casi corriendo llegamos a la puerta del local. Estaba cerrado. Claro, era el 1 de enero. Feriado. Ninguna persona, ni siquiera el más amante de la poesía estaría a estas horas en la biblioteca. Era las 10 a.m. Para nuestra buena suerte, apareció un joven, se le veía sobrio. Se quedó parado en la puerta de la biblioteca. Entonces, corrimos. Lo abordamos. “Disculpe, trabaja usted acá”. “Sí, pero hoy no atendemos”. “No queremos la biblioteca; solo queremos saber el lugar donde nació José Watanabe. Además, aquí le han puesto su nombre a la biblioteca”. El joven nos dijo, para nuestro alivio, que sí sabía dónde había nacido el poeta. El corazón se nos puso muy contento. “José Watanabe no ha nacido en Laredo mismo, sino en Barraza”. “Tomen el carro que los saque a la carretera que va a Trujillo. Es a la salida de Laredo. Allí tomen una mototaxi que los llevará hasta Barraza”. Le agradecimos y seguimos al pie de la letra sus indicaciones. Mientras, la mototaxi nos llevaba por una carretera asfaltada y moderna que cortaba en dos los grandes sembríos de cañas de azúcar; yo asociaba el nombre del lugar donde había nacido el autor de Piedra alada con el chato Barraza, un cómico limeño muy conocido.

En un recorrido de unos 15 minutos arribamos a un pequeño poblado. Era Barraza: la tierra de Watanabe. Claro. Barraza pertenece al distrito de Laredo. Sentía una emoción. Quería saber ya donde estaba ubicada la casa del autor de El huso de la palabra. Miramos en distintas direcciones. Ante nuestra vista apareció un bucólico poblado que se formó en torno a una gran hacienda azucarera. Al frente vimos el estadio. Allí se hallaban sentados en torno a una caja de cerveza, un grupo de jóvenes y ancianos; seguían celebrando el Año Nuevo. Nos acercamos y los saludamos. Al grupo le preguntamos si conocían la casa donde había nacido el poeta José Watanabe. Todos se quedaron morándonos por unos segundos; luego, al unísono nos respondieron que no conocían esa famosa casa. “Además, estas no son casas. Son casitas, nomás”, nos dijo uno de ellos. “Y ahora qué hacemos”, nos reprochamos. Cuando uno de los jóvenes nos dijo: “¿Ven esa callecita allá al frente, donde se ve ese algarrobo que da sombra?”. “Sí”. “Vayan hasta allí, y van de frente hasta llegar a la esquina final”. “Ya”. “Allí vive, don Adalberto. Es un viejito que tiene como 90 años. Él conoce a los de antes”. “Gracias”. Caminamos siguiendo las indicciones. Nos sentamos bajo la sombra de ese viejo algarrobo. Era como el mediodía. Los rayos solares sacaban chispas al mismo suelo. La primera casa que forma esta callecita caliente era una bodega. Pedimos una raspadilla de lucuma. Sentados en la vereda de la bodega nos refrescamos. Y al momento de pagar, le preguntamos a la señora buena gente que nos atendió, si al final de esa callecita vivía don Adalberto. “Sí, allí en su puerta debe de estar sentado. Ese viejito siempre para allí buscando contarle historias a quien se le acerque y le invite una bebida”. Le agradecimos y fuimos en la búsqueda de don Adalberto. Al llegar al final de la calle, vimos al frente el inicio de un inmenso sembrío de cañaverales. Era hermoso el paisaje. Barraza está rodeado de cañaverales; más al fondo emerge el desierto amarillo y hermoso; más arriba el cielo azul, limpio y sin nubes. “En esta arcadia nació Watanabe”, nos dijimos. Y vimos una pequeña lagartija que se nos cruzó. “Es uno de los versos de Watanabe”, sonreímos. Y cuando levantamos la mirada, vimos a don Adalberto. Estaba sentado en una hamaca. Nos sonrió y saludó con sus dos manos de plátanos grandes. Nos acercamos y le deseamos el feliz año. Le contamos que veníamos de Lima para conocer la casa donde había nacido Watanabe. Nos pidió que nos sentáramos a su lado, en una banca que nos alcanzó y nos dijo si le podíamos invitar una cola heladita. Salí corriendo a comprarle uno de litro. “Sí, recuerdo a su padre, era un japonés bien serio. No hablaba mucho. El señor murió hace tiempo que ya ni recuerdo cuándo”: Se tomó un sorbe del pico de la botella de gaseosa. Se paró y nos llevó a la otra callecita, paralela adonde estábamos. Y con el dedo apuntó al otro extremo. Se veía una casita de un piso de fachada blanca. Era una típica vivienda de campo. “Allí nació el poeta. Hace años venían, creo sus hermanos, pero ahora está cerrado. Nadie vive allí. No sé si seguirán siendo los dueños o lo habrán vendido”. Entonces, ya aliviados por la ubicación de la casa. Nos sentamos junto a don Adalberto. Nos contó sobre la época dorada de Barraza, cuando vivía mucha gente que trabajaba en los cañaverales. Le escuchamos con agradecimiento, luego nos despedimos. Y a toda carrera llegamos a la puerta de la casa de Watanabe. Nos sentamos en su vereda. Palpamos sus paredes blancas. Nos tomamos unas fotos en la puerta. Imaginamos a José Watanabe, de niño, saliendo y entrando de su casa, sentado en su puerta contemplando lagartijas o jugando con sus hermanos en estas calientes callecitas.

Volvimos al mercado de Laredo. Era las 2 p.m. Preguntamos por la señora que preparaba el mejor menú. Nos señalaron un puesto donde atendía una señora alta, gorda y guapa. Sus hijas se parecían a ella. Nos sirvieron una sopa de cordero de los dioses, un abundante cabrito norteño. El almuerzo estuvo delicioso y abundante. Era cierto lo que decía Gastón Acurio. La mejor comida está en los mercados populares y no en los restaurantes cinco estrellas.

Ese mismo año que conocimos la casa de Watanabe. Nuestro querido poeta falleció. Aunque no fue mi familiar, cuando escuché la noticia de su muerte, me quedé conmocionado. Le había escuchado leer sus poemas en San Marcos en diciembre pasado. El 1 de enero conocí su casa en Laredo. Al día siguiente de su muerte salió en todos los periódicos de Lima. Me compré todos los diarios donde hablaban de la lamentable pérdida del poeta. En una de esas páginas vi fotografías familiares del poeta. Entre ellos, distinguí uno en especial. Allí se ve a José Watanabe junto a uno de sus hermanos, sentado en la puerta de su casa de Barraza. Era la misma imagen que conocimos y fotografiamos. Al reconocerlo en todos sus detalles, tal como lo habíamos visto el 1 de enero, lloré. José Watanabe, el gran poeta, se fue cuando mejor escribía. Se fue cuando sus libros ocupaban los primeros lugares de venta en España. Se fue cuando más queríamos que siguiera escribiendo poemas: perfectos y hermosos.